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jueves, 25 de noviembre de 2010

CAPÍTULO 4: El juicio

Por la mañana, el ruido de una porra en los barrotes de su celda hizo a Luisa despertarse sobresaltadamente. Era la primera vez que había dormido bien en mucho tiempo. Cuando se despejó, le extrañó mucho que hubiera podido dormir bien en ese aparato para dormir que no llegaba a la categoría de cama. El guardia le dijo nada más levantarse de la cama que debían irse ya, o no llegarían a la presentación del juicio.
Al llegar frente a los Juzgados en la plaza del Pilar, Luisa pudo ver un espectáculo más grotesco de lo que ella hubiera podido imaginar. Miles de periodistas empujándose para poder sacar una mejor imagen de Luisa, la acusada, entre un gran barullo de gente que comenzó a alborotarse tan pronto como vieron a Luisa. Tan alborotada estaba la gente que parecía que de un momento a otro fueran a mover la enorme bola del mundo de cemento que se encontraba en mitad de la multitud. Además, el cielo parecía haberse aliado con esta escena, con unas nubes que no dejaban pasar casi ningún rayo de luz, lo cual hacía la escena aún más tétrica.
Tras media hora de empujones, Luisa y los guardias que la acompañaban consiguieron entrar en los Juzgados. Pasaron la detectora de metales, para lo que Luisa se tuvo que quitar el reloj, cosa que le costó mucho, dado que era el único de sus enseres que había podido conservar. Tras un pasillo que se le hizo interminable entre los flashes de las cámaras de los periodistas acreditados, por fin llegaron a la sala del juicio.
Nada más entrar, a su izquierda, Luisa pudo ver a Joe Smooth, el cual se acercó a ella y le susurró al oído casi las mismas palabras que le dijo cuando le rechazó por teléfono: “Tú y ese abogado novato vais a caer”. Al oír estas palabras, Luisa se hubiera vuelto para contestarle si los dos guardias que la custodiaban no la hubieran sujetado apropiadamente. Al llegar al banquillo de los acusados, Luisa encontró allí a Enrique, serio, bien vestido, ajustándose su corbata. En cuanto se sentó, Enrique le dio los buenos días de forma aparentemente feliz, aunque dejaba entrever sus nervios. A su derecha, al otro lado del pasillo se encontraba el fiscal. Era un hombre de apariencia totalmente normal. Ningún rasgo de su constitución física destacaba sobre el resto. Aún así, daba un cierto respeto al verlo, aunque era una sensación que no parecía tener su origen en la apariencia de aquel hombre normal. Daba la sensación de que, bajo ese aspecto tan normal, se escondiera una personalidad mucho más oscura.
A los cinco minutos entró el juez. No parecía responder a nada en lo que sugería su seudónimo. Era un hombre muy bajito y bastante esmirriado, al que la edad le debía haber timado al pasarle la factura, porque no había una sola parte de su cara que se hallara libre de aquellas arrugas que aunque no eran bonitas, tampoco afeaban mucho la cara de su dueño. Tenía unos ojillos marrones, que eran todo lo contrario a la mirada penetrante de los detectives de las películas. Su nariz ganchuda parecía un arco que se hubiera partido sobre el cauce de un río seco, que era lo que parecían sus labios, tremendamente agrietados por causas desconocidas, dado que al juez siempre le acompañaba su botella de agua ya que según el propio juez, “su garganta ya no era lo que había llegado a ser”. A pesar de su aspecto, en cuanto entró en la sala, todo el mundo se puso firme como si todos tuvieran que ejecutar los pasos de un desfile militar.
El juez se acercó con paso lento, pero no por ello menos diligente hacia el sitio que debía ocupar en la sala, sentado en el sillón más alto, para así poder ver todo con facilidad. Una vez allí, cogió su mazo, y tras tres fuertes golpes dictaminó que comenzaba la sesión.
Luisa veía el tiempo pasar lentamente mientras Enrique exponía las razones por las que no debían culparla y el fiscal conseguía echarlas por tierra. Ya habían probado el crimen pasional, pero había sido demasiado tiempo, decir que fue un accidente hubiera resultado ridículo, el argumento a favor de Luisa que más parecía resistir era que los que habían muerto ya estaban muy débiles cuando recibieron la cuchillada. Cualquier otra herida podría haberlos hecho morir igualmente, aunque en este caso la mano ejecutora había sido la de Luisa, pero eso podía rebajar la condena. Al terminar de argumentar esto Enrique, los presentes en la sala tuvieron que desalojarla, puesto que los juzgados ya estaban preparados para cerrar. Cuando salieron, la gente de la entrada ya se había ido, al menos, la mayor parte, lo que fue un gran alivio para Luisa.
Enrique y ella se juntaron tras el juicio en la sala de visitas de la cárcel. Veían que el caso se les estaba escapando de las manos. Por eso tenían que hacer algo. Luisa tenía que salir a testificar. De esta forma tal vez consiguiera convencer al juez de que sí que estaba loca, aunque ningún experto en el tema lo afirmaría. Tras esta importante y atrevida decisión, Enrique se marchó para dejar a Luisa descansar, ante el día que le esperaba.
Otra vez la escena del día anterior, los periodistas agresivos, la enfurecida multitud, y el tiempo acompañando a la escena. Otra vez entraron a la misma sala, con los mismos personajes, otra vez todos se situaron en su sitio y otra vez todos se levantaron cuando llegó el juez, que dio la sesión por comenzada nada más tomar su posición en la sala.
El fiscal comenzó intentando rechazar la teoría de que los muertos ya estaban mal con anterioridad, aunque no consiguió despejar del todo la cuestión, ya que los dos muertos eran ya muy mayores, y aunque un médico asegurara que tenían buena salud, nadie podía predecir qué les hubiera pasado si ellos en su casa se hubieran cortado sin querer, ya que ambos tomaban unas pastillas que hacían que su sangre fuera más fluida, lo cual les aumentaba el riesgo ante un hematoma o una herida, pero les reducía el riesgo de infarto. Tras este parlamento del fiscal, durante el cual subió a los médicos de los dos fallecidos al estrado, llegó el turno de Enrique.
Enrique comunicó que iba a pedir a Luisa, la acusada, que subiera a declarar al estado, ante lo que Joe Smooth profirió una sonora carcajada, entre la que se entendió algo así como es lo peor que puede hacer, o algo por el estilo. Aunque Luisa no oyó muy bien a Joe, ya sabía perfectamente lo que había dicho. De todas maneras, debía mantener la compostura pasara lo que pasara. Ya había visto a mucha gente declarar en su contra, alguien tenía que defenderla, aunque fuera ella misma. Era necesario.
Luisa se acercó con paso vacilante hacia el puesto que debía tomar, justo a la izquierda del juez, que aunque era pequeño, imponía bastante desde su silla, elevada con respecto al resto de aquella sala. Empezaba preguntando el fiscal. Este con una sonrisa de confianza en su cara y un cierto brillo de malicia en los ojos comenzó a preguntar lentamente la única pregunta que esperaba tener que formular:
-¿Qué pasó? Hemos visto los puntos de vista de un montón de gente, pero su historia no la hemos escuchado. Podría hacer el favor de relatarnos lo que ocurrió. Sea lo más breve y concisa posible.
-Bien. Yo estaba en mi casa tranquilamente cuando vi una sombra en la ventana, pero la primera vez no le di importancia. Mientras estaba en la cocina, esto ocurrió dos veces más y la tercera vez cogí el cuchillo que más a mano tenía y me dispuse a averiguar quién me estaba espiando. En cuanto bajé a la calle, vi como esa sombra que estaba en mi ventana escapaba corriendo y no la podía dejar escapar. Recuerdo que me enfadé mucho y que la perseguía corriendo. Lo siguiente que recuerdo son los dos policías que me pararon y me detuvieron.
-¿Así que usted no recuerda todo lo que ocurrió durante esa persecución?
-No, pero estoy…
-Por lo tanto, usted pudo haber atacado a esas personas que murieron y resultaron heridas. ¿No es así?
-¡No! Si hubiera hecho algo así, seguro que me acordaría. Me parece recordad que me choqué contra un hombre mayor, que había sido el tutor de mi hijo en mi colegio.
-Ese fue uno de los que murieron
-Pero si solo me choqué de lado… Es verdad, era el lado del cuchillo- dijo Luisa entre sollozos
-Así que usted reconoce haber asesinado a uno de los que ya no están entre nosotros
-Sí pero… fue sin querer… yo… yo… no… no quería- balbuceó Luisa, no sin dificultad
-Bueno, ya está todo dicho, le dejo su turno al abogado defensor- el fiscal se retiró a su mesa con una sonrisa en su boca, dejando atrás a Luisa totalmente derrumbada anímicamente
Enrique comenzó a hacer preguntas sencillas a Luisa para que se fuera recuperando:
-¿Podría describir su casa?
-Es una casa de fachada oscura, de tamaño mediano, en un primer piso que estará a dos metros de la altura de la calle o algo así.
-Por tanto, cualquiera podría llegar a la altura de las ventanas para espiar lo que está haciendo, ¿no es así?
-Cierto
-¿Y nunca antes le había pasado lo que este día?
-No, al menos no ninguna vez que me diera cuenta
-Por lo tanto no sabía como reaccionar, ¿no?
-Exacto. No supe qué hacer. Si hubiera sido un chiquillo con un susto hubiera bastado, pero es que esa sombra no era un niño.
-¿Y vive usted sola en su casa?
-Sí.
-¿Podría explicarnos su situación familiar a todos nosotros? Es decir, ¿por qué no vive con alguien de su familia?
-Por supuesto, yo soy viuda con un hijo. Mi marido murió hará un tiempo, y mi hijo ya… ya no… no está conmigo- dijo Luisa, algo aturullada.
-Y hace algunos días me contó sus sospechas sobre la muerte de un familiar suyo. ¿Haría el favor de contárselo al juez y a todos los presentes en la sala?
Luisa rompió a llorar. En cuanto se comenzó a calmar, pronunció unos sonidos que no parecían pertenecer a idioma alguno. A partir de entonces se le aclaró un poco la voz, y con algo de esfuerzo se le entendía lo que decía:
-… fue asesinado. Estoy segura, la policía dijo que fue un suicidio, pero él no lo haría, no, no al menos que yo hubiera muerto y no quedara nadie de su familia que le pudiera echar en falta. Era muy responsable, se preocupaba de todos. Alguien lo tiró, sí, alguien lo tiró para que pareciera un accidente- de repente Luisa subió el volumen de su voz y el tono aterciopelado de su voz pareció convertirse en voces provenientes del mismísimo infierno- ¡Y ESA SOMBRA FUE LA QUE LE ASESINÓ! SI LA TUVIERA AQUÍ DELANTE LE ATACARÍA CON CUALQUIER COSA PORQUE ELLA ME QUITÓ LO QUE MÁS QUERÍA. NO SÉ QUIEN ES ESA SOMBRA, PERO FUE A POR ÉL Y AHORA VA A POR MÍ. TODOS ESTÁN EN CONTRA NUESTRA Y SEGURO QUE ESTÁN DETRÁS DE ESTE JUICIO. NO PUEDO CONFIAR EN NADIE Y NADA ES SEGURO.
-Tranquilícese, Luisa. Ya ha pasado todo- dijo Enrique mientras sentaba a Luisa, que en mitad de los gritos se había puesto de pie. Entonces comenzó a hablar “al público”- Ya han visto. Esta mujer aparentemente está sana, pero en cuanto se le menciona su familia cambia radicalmente. Ustedes lo han visto, no está sana mentalmente, y por esa razón no se le puede culpar del crimen que cometió.
Tras esta escena el juez preguntó al fiscal y a Enrique, el abogado defensor que si tenían algo que añadir, a lo que ambos contestaron que no, por lo cual declaró concluida la sesión y dejó la condena para el próximo día. Luisa se fue aún sollozando, pero con una sensación positiva. Tal vez fuera porque el cielo se había despejado, pero veía las cosas más claras y más favorables a ella que al principio. Además, ya no había gente en la plaza del Pilar amenazándola, solamente estaban los periodistas de las noticias. Tal vez habían visto el juicio y veían lo que sufría Luisa y por eso no le querían echar más leña al fuego. Tal vez.
Esa noche Luisa durmió plácidamente, aunque en otras situaciones similares los nervios no le hubieran dejado dormir, pero con las sensaciones tan positivas que tenía no había nada que le impidiera descansar. Al día siguiente le despertó Enrique, que decidió ir con ella hasta los tribunales. En la plaza del Pilar ya no había tanta gente como otros días, y la gente ya no estaba tan cabreada. Es más, había personas que le intentaban dar sus mensajes de ánimo a Luisa., lo cual hizo a Luisa sentir la esperanza de nuevo.
Una vez llegaron a la sala, vieron que todo el mundo ya ocupaba sus lugares, excepto el juez, que entró un par de minutos después, una vez ya todo el mundo estaba sentado. Entonces sacó un papel, que cumplía la función de los sobres de las finales de los concursos de la tele: saber el veredicto final. Entonces lo desplegó con sumo cuidado de que nadie viera lo que estaba escrito y comenzó a recitar los cargos de los que se acusaba a Luisa:
-De asesinato múltiple en primer grado, considero a la acusada… inocente- Luisa dejó escapar un suspiro, pero Enrique le dio a conocer que eso solo era el principio, con lo que volvió a la tensión-. De asesinato múltiple en tercer grado, considero a la acusada… inocente. De homicidio múltiple involuntario considero la acusada culpable- Joe Smooth dejó escapar una sonora carcajada, de esas que solo sueltan los supervillanos y los malos de las películas de terror. Entonces el juez se dispuso a terminar su frase, que había quedado interrumpida por Joe, al que miró con mala cara antes de proseguir-. Pero dadas las circunstancias mentales de la acusada no se le puede aplicar una condena común, por lo que deberá ir al hospital psiquiátrico durante un tiempo aproximado de dos años, pero tendrá el derecho de una revisión cada cuatro meses de tal forma que si los expertos declaran que esta sana, pueda volver a la calle sin ningún tipo de condena adicional, solo con un control periódico que decidirán los psiquiatras cada cuanto tiempo será.
De repente Joe Smooth se levantó enfadado y levantando su puño en alto gritó amenazadoramente al juez:
-¡No puede ser! Tan poca condena para una criminal tan peligrosa. Ella me amenazó cuando me dijo que no me quería como su abogado. No se merece volver a la calle. Usted está cometiendo un gran error. Le están engañando como si fuera imbécil…-ante esta palabra el juez reaccionó y comenzó a hablar, interrumpiendo a Joe
-¿Quiere usted que alguien vaya a la cárcel? Muy bien, entonces cumpliré su deseo. Queda usted condenado a una semana en la cárcel sin fianza por desacato y por amenazar a un representante de la ley y la justicia. Guardias, pueden llevárselo.
Entonces los guardias se llevaron a Joe Smooth, que hizo intentos vanos por escapar, y luego se llevaron a Luisa, pero ésta con un destino diferente. Enrique le acompañaba. Ambos comenzaron una conversación tranquila y los dos estaban de acuerdo en que era mejor estar en el manicomio que en la cárcel, y además, con suerte, Luisa solo pasaría cuatro meses allí, por lo que no sería mucho tiempo castigada. Aparte de esto, que Joe Smooth hubiera acabado en la cárcel, aunque sólo fuera por una semana, no les resultaba una idea desagradable, por no decir que lo estaban deseando.

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