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jueves, 25 de noviembre de 2010

CAPÍTULO 4: El juicio

Por la mañana, el ruido de una porra en los barrotes de su celda hizo a Luisa despertarse sobresaltadamente. Era la primera vez que había dormido bien en mucho tiempo. Cuando se despejó, le extrañó mucho que hubiera podido dormir bien en ese aparato para dormir que no llegaba a la categoría de cama. El guardia le dijo nada más levantarse de la cama que debían irse ya, o no llegarían a la presentación del juicio.
Al llegar frente a los Juzgados en la plaza del Pilar, Luisa pudo ver un espectáculo más grotesco de lo que ella hubiera podido imaginar. Miles de periodistas empujándose para poder sacar una mejor imagen de Luisa, la acusada, entre un gran barullo de gente que comenzó a alborotarse tan pronto como vieron a Luisa. Tan alborotada estaba la gente que parecía que de un momento a otro fueran a mover la enorme bola del mundo de cemento que se encontraba en mitad de la multitud. Además, el cielo parecía haberse aliado con esta escena, con unas nubes que no dejaban pasar casi ningún rayo de luz, lo cual hacía la escena aún más tétrica.
Tras media hora de empujones, Luisa y los guardias que la acompañaban consiguieron entrar en los Juzgados. Pasaron la detectora de metales, para lo que Luisa se tuvo que quitar el reloj, cosa que le costó mucho, dado que era el único de sus enseres que había podido conservar. Tras un pasillo que se le hizo interminable entre los flashes de las cámaras de los periodistas acreditados, por fin llegaron a la sala del juicio.
Nada más entrar, a su izquierda, Luisa pudo ver a Joe Smooth, el cual se acercó a ella y le susurró al oído casi las mismas palabras que le dijo cuando le rechazó por teléfono: “Tú y ese abogado novato vais a caer”. Al oír estas palabras, Luisa se hubiera vuelto para contestarle si los dos guardias que la custodiaban no la hubieran sujetado apropiadamente. Al llegar al banquillo de los acusados, Luisa encontró allí a Enrique, serio, bien vestido, ajustándose su corbata. En cuanto se sentó, Enrique le dio los buenos días de forma aparentemente feliz, aunque dejaba entrever sus nervios. A su derecha, al otro lado del pasillo se encontraba el fiscal. Era un hombre de apariencia totalmente normal. Ningún rasgo de su constitución física destacaba sobre el resto. Aún así, daba un cierto respeto al verlo, aunque era una sensación que no parecía tener su origen en la apariencia de aquel hombre normal. Daba la sensación de que, bajo ese aspecto tan normal, se escondiera una personalidad mucho más oscura.
A los cinco minutos entró el juez. No parecía responder a nada en lo que sugería su seudónimo. Era un hombre muy bajito y bastante esmirriado, al que la edad le debía haber timado al pasarle la factura, porque no había una sola parte de su cara que se hallara libre de aquellas arrugas que aunque no eran bonitas, tampoco afeaban mucho la cara de su dueño. Tenía unos ojillos marrones, que eran todo lo contrario a la mirada penetrante de los detectives de las películas. Su nariz ganchuda parecía un arco que se hubiera partido sobre el cauce de un río seco, que era lo que parecían sus labios, tremendamente agrietados por causas desconocidas, dado que al juez siempre le acompañaba su botella de agua ya que según el propio juez, “su garganta ya no era lo que había llegado a ser”. A pesar de su aspecto, en cuanto entró en la sala, todo el mundo se puso firme como si todos tuvieran que ejecutar los pasos de un desfile militar.
El juez se acercó con paso lento, pero no por ello menos diligente hacia el sitio que debía ocupar en la sala, sentado en el sillón más alto, para así poder ver todo con facilidad. Una vez allí, cogió su mazo, y tras tres fuertes golpes dictaminó que comenzaba la sesión.
Luisa veía el tiempo pasar lentamente mientras Enrique exponía las razones por las que no debían culparla y el fiscal conseguía echarlas por tierra. Ya habían probado el crimen pasional, pero había sido demasiado tiempo, decir que fue un accidente hubiera resultado ridículo, el argumento a favor de Luisa que más parecía resistir era que los que habían muerto ya estaban muy débiles cuando recibieron la cuchillada. Cualquier otra herida podría haberlos hecho morir igualmente, aunque en este caso la mano ejecutora había sido la de Luisa, pero eso podía rebajar la condena. Al terminar de argumentar esto Enrique, los presentes en la sala tuvieron que desalojarla, puesto que los juzgados ya estaban preparados para cerrar. Cuando salieron, la gente de la entrada ya se había ido, al menos, la mayor parte, lo que fue un gran alivio para Luisa.
Enrique y ella se juntaron tras el juicio en la sala de visitas de la cárcel. Veían que el caso se les estaba escapando de las manos. Por eso tenían que hacer algo. Luisa tenía que salir a testificar. De esta forma tal vez consiguiera convencer al juez de que sí que estaba loca, aunque ningún experto en el tema lo afirmaría. Tras esta importante y atrevida decisión, Enrique se marchó para dejar a Luisa descansar, ante el día que le esperaba.
Otra vez la escena del día anterior, los periodistas agresivos, la enfurecida multitud, y el tiempo acompañando a la escena. Otra vez entraron a la misma sala, con los mismos personajes, otra vez todos se situaron en su sitio y otra vez todos se levantaron cuando llegó el juez, que dio la sesión por comenzada nada más tomar su posición en la sala.
El fiscal comenzó intentando rechazar la teoría de que los muertos ya estaban mal con anterioridad, aunque no consiguió despejar del todo la cuestión, ya que los dos muertos eran ya muy mayores, y aunque un médico asegurara que tenían buena salud, nadie podía predecir qué les hubiera pasado si ellos en su casa se hubieran cortado sin querer, ya que ambos tomaban unas pastillas que hacían que su sangre fuera más fluida, lo cual les aumentaba el riesgo ante un hematoma o una herida, pero les reducía el riesgo de infarto. Tras este parlamento del fiscal, durante el cual subió a los médicos de los dos fallecidos al estrado, llegó el turno de Enrique.
Enrique comunicó que iba a pedir a Luisa, la acusada, que subiera a declarar al estado, ante lo que Joe Smooth profirió una sonora carcajada, entre la que se entendió algo así como es lo peor que puede hacer, o algo por el estilo. Aunque Luisa no oyó muy bien a Joe, ya sabía perfectamente lo que había dicho. De todas maneras, debía mantener la compostura pasara lo que pasara. Ya había visto a mucha gente declarar en su contra, alguien tenía que defenderla, aunque fuera ella misma. Era necesario.
Luisa se acercó con paso vacilante hacia el puesto que debía tomar, justo a la izquierda del juez, que aunque era pequeño, imponía bastante desde su silla, elevada con respecto al resto de aquella sala. Empezaba preguntando el fiscal. Este con una sonrisa de confianza en su cara y un cierto brillo de malicia en los ojos comenzó a preguntar lentamente la única pregunta que esperaba tener que formular:
-¿Qué pasó? Hemos visto los puntos de vista de un montón de gente, pero su historia no la hemos escuchado. Podría hacer el favor de relatarnos lo que ocurrió. Sea lo más breve y concisa posible.
-Bien. Yo estaba en mi casa tranquilamente cuando vi una sombra en la ventana, pero la primera vez no le di importancia. Mientras estaba en la cocina, esto ocurrió dos veces más y la tercera vez cogí el cuchillo que más a mano tenía y me dispuse a averiguar quién me estaba espiando. En cuanto bajé a la calle, vi como esa sombra que estaba en mi ventana escapaba corriendo y no la podía dejar escapar. Recuerdo que me enfadé mucho y que la perseguía corriendo. Lo siguiente que recuerdo son los dos policías que me pararon y me detuvieron.
-¿Así que usted no recuerda todo lo que ocurrió durante esa persecución?
-No, pero estoy…
-Por lo tanto, usted pudo haber atacado a esas personas que murieron y resultaron heridas. ¿No es así?
-¡No! Si hubiera hecho algo así, seguro que me acordaría. Me parece recordad que me choqué contra un hombre mayor, que había sido el tutor de mi hijo en mi colegio.
-Ese fue uno de los que murieron
-Pero si solo me choqué de lado… Es verdad, era el lado del cuchillo- dijo Luisa entre sollozos
-Así que usted reconoce haber asesinado a uno de los que ya no están entre nosotros
-Sí pero… fue sin querer… yo… yo… no… no quería- balbuceó Luisa, no sin dificultad
-Bueno, ya está todo dicho, le dejo su turno al abogado defensor- el fiscal se retiró a su mesa con una sonrisa en su boca, dejando atrás a Luisa totalmente derrumbada anímicamente
Enrique comenzó a hacer preguntas sencillas a Luisa para que se fuera recuperando:
-¿Podría describir su casa?
-Es una casa de fachada oscura, de tamaño mediano, en un primer piso que estará a dos metros de la altura de la calle o algo así.
-Por tanto, cualquiera podría llegar a la altura de las ventanas para espiar lo que está haciendo, ¿no es así?
-Cierto
-¿Y nunca antes le había pasado lo que este día?
-No, al menos no ninguna vez que me diera cuenta
-Por lo tanto no sabía como reaccionar, ¿no?
-Exacto. No supe qué hacer. Si hubiera sido un chiquillo con un susto hubiera bastado, pero es que esa sombra no era un niño.
-¿Y vive usted sola en su casa?
-Sí.
-¿Podría explicarnos su situación familiar a todos nosotros? Es decir, ¿por qué no vive con alguien de su familia?
-Por supuesto, yo soy viuda con un hijo. Mi marido murió hará un tiempo, y mi hijo ya… ya no… no está conmigo- dijo Luisa, algo aturullada.
-Y hace algunos días me contó sus sospechas sobre la muerte de un familiar suyo. ¿Haría el favor de contárselo al juez y a todos los presentes en la sala?
Luisa rompió a llorar. En cuanto se comenzó a calmar, pronunció unos sonidos que no parecían pertenecer a idioma alguno. A partir de entonces se le aclaró un poco la voz, y con algo de esfuerzo se le entendía lo que decía:
-… fue asesinado. Estoy segura, la policía dijo que fue un suicidio, pero él no lo haría, no, no al menos que yo hubiera muerto y no quedara nadie de su familia que le pudiera echar en falta. Era muy responsable, se preocupaba de todos. Alguien lo tiró, sí, alguien lo tiró para que pareciera un accidente- de repente Luisa subió el volumen de su voz y el tono aterciopelado de su voz pareció convertirse en voces provenientes del mismísimo infierno- ¡Y ESA SOMBRA FUE LA QUE LE ASESINÓ! SI LA TUVIERA AQUÍ DELANTE LE ATACARÍA CON CUALQUIER COSA PORQUE ELLA ME QUITÓ LO QUE MÁS QUERÍA. NO SÉ QUIEN ES ESA SOMBRA, PERO FUE A POR ÉL Y AHORA VA A POR MÍ. TODOS ESTÁN EN CONTRA NUESTRA Y SEGURO QUE ESTÁN DETRÁS DE ESTE JUICIO. NO PUEDO CONFIAR EN NADIE Y NADA ES SEGURO.
-Tranquilícese, Luisa. Ya ha pasado todo- dijo Enrique mientras sentaba a Luisa, que en mitad de los gritos se había puesto de pie. Entonces comenzó a hablar “al público”- Ya han visto. Esta mujer aparentemente está sana, pero en cuanto se le menciona su familia cambia radicalmente. Ustedes lo han visto, no está sana mentalmente, y por esa razón no se le puede culpar del crimen que cometió.
Tras esta escena el juez preguntó al fiscal y a Enrique, el abogado defensor que si tenían algo que añadir, a lo que ambos contestaron que no, por lo cual declaró concluida la sesión y dejó la condena para el próximo día. Luisa se fue aún sollozando, pero con una sensación positiva. Tal vez fuera porque el cielo se había despejado, pero veía las cosas más claras y más favorables a ella que al principio. Además, ya no había gente en la plaza del Pilar amenazándola, solamente estaban los periodistas de las noticias. Tal vez habían visto el juicio y veían lo que sufría Luisa y por eso no le querían echar más leña al fuego. Tal vez.
Esa noche Luisa durmió plácidamente, aunque en otras situaciones similares los nervios no le hubieran dejado dormir, pero con las sensaciones tan positivas que tenía no había nada que le impidiera descansar. Al día siguiente le despertó Enrique, que decidió ir con ella hasta los tribunales. En la plaza del Pilar ya no había tanta gente como otros días, y la gente ya no estaba tan cabreada. Es más, había personas que le intentaban dar sus mensajes de ánimo a Luisa., lo cual hizo a Luisa sentir la esperanza de nuevo.
Una vez llegaron a la sala, vieron que todo el mundo ya ocupaba sus lugares, excepto el juez, que entró un par de minutos después, una vez ya todo el mundo estaba sentado. Entonces sacó un papel, que cumplía la función de los sobres de las finales de los concursos de la tele: saber el veredicto final. Entonces lo desplegó con sumo cuidado de que nadie viera lo que estaba escrito y comenzó a recitar los cargos de los que se acusaba a Luisa:
-De asesinato múltiple en primer grado, considero a la acusada… inocente- Luisa dejó escapar un suspiro, pero Enrique le dio a conocer que eso solo era el principio, con lo que volvió a la tensión-. De asesinato múltiple en tercer grado, considero a la acusada… inocente. De homicidio múltiple involuntario considero la acusada culpable- Joe Smooth dejó escapar una sonora carcajada, de esas que solo sueltan los supervillanos y los malos de las películas de terror. Entonces el juez se dispuso a terminar su frase, que había quedado interrumpida por Joe, al que miró con mala cara antes de proseguir-. Pero dadas las circunstancias mentales de la acusada no se le puede aplicar una condena común, por lo que deberá ir al hospital psiquiátrico durante un tiempo aproximado de dos años, pero tendrá el derecho de una revisión cada cuatro meses de tal forma que si los expertos declaran que esta sana, pueda volver a la calle sin ningún tipo de condena adicional, solo con un control periódico que decidirán los psiquiatras cada cuanto tiempo será.
De repente Joe Smooth se levantó enfadado y levantando su puño en alto gritó amenazadoramente al juez:
-¡No puede ser! Tan poca condena para una criminal tan peligrosa. Ella me amenazó cuando me dijo que no me quería como su abogado. No se merece volver a la calle. Usted está cometiendo un gran error. Le están engañando como si fuera imbécil…-ante esta palabra el juez reaccionó y comenzó a hablar, interrumpiendo a Joe
-¿Quiere usted que alguien vaya a la cárcel? Muy bien, entonces cumpliré su deseo. Queda usted condenado a una semana en la cárcel sin fianza por desacato y por amenazar a un representante de la ley y la justicia. Guardias, pueden llevárselo.
Entonces los guardias se llevaron a Joe Smooth, que hizo intentos vanos por escapar, y luego se llevaron a Luisa, pero ésta con un destino diferente. Enrique le acompañaba. Ambos comenzaron una conversación tranquila y los dos estaban de acuerdo en que era mejor estar en el manicomio que en la cárcel, y además, con suerte, Luisa solo pasaría cuatro meses allí, por lo que no sería mucho tiempo castigada. Aparte de esto, que Joe Smooth hubiera acabado en la cárcel, aunque sólo fuera por una semana, no les resultaba una idea desagradable, por no decir que lo estaban deseando.

viernes, 19 de noviembre de 2010

CAPÍTULO 3: Joe Smooth

Después de la insípida comida que le dieron en el calabozo (según Luisa, peor que la de los hospitales), los guardias le comunicaron a Luisa que tenía otra visita. Era un hombre similar al de su sueño. Era un hombre alto, de “complexión ancha”, pelo engominado, echado hacia atrás, que le daba un cierto aspecto de mafioso, aunque en general daba una impresión más de pijo que de cualquier otra cosa, lo cual no daba a Luisa mucha confianza. Según ella, todos los pijos eran solamente fachada, y hacían todo lo que podían por mantenerla, daba igual lo que fuese, y eso no podía ser.
Entró el hombre con paso firme y decidido, sin ningún tipo de miramiento por estar en un sitio tan disonante con su traje de marca y su corbata de los domingos, como pensó Luisa. Nada más entrar, estrechó la mano a Luisa con firmeza, y con un acento sorprendentemente normal, dijo a Luisa:
-Soy Joe Smooth, el abogado. Supongo que habrá oído hablar de mí.
-Sí, bueno, no mucho. Sólo he oído hablar de usted porque me han dicho que venía.
-¿Sabe cuál es la situación de su caso?
-Sí. El Ayuntamiento va a hacer un juicio retransmitido con el peor juez posible.
-Y no sólo eso. Está llamando para declarar a todas las personas que vivían por la zona en la que usted ejecutó su…llamémosle… su “carrera”- en el momento en el que Joe pronunció estas palabras, de esta forma tan serena, Luisa comprendió que tenía más de mafioso que de pijo-. Deberemos hacer un gran trabajo para demostrar que usted no hizo aquello.
-Bueno, eso si le elijo a usted como abogado-dijo Luisa con cierto retintín.
-¿A quién iba a elegir si no? ¿A ese abogaducho de tres al cuarto que le han asignado de oficio? Permítame que me ría.
-Pero parece muy bien preparado.
-Puede estar todo lo bien preparado que quiera, señora, pero nunca alcanzará mi nivel. YO (y es un yo con mayúsculas, pues la forma de Joe de pronunciarlo era muy exagerada) soy el mejor abogado de España y mi gabinete es el más prestigioso de toda Europa. En todos los casos que hemos participado hemos conseguido que nuestro defendido saliera impune o con una condena. ¿Le parece poco?
-No, no, está muy bien y…
-Y nuestro gabinete de abogados ha decidido ofrecerle sus servicios de forma gratuita.
-¿Por qué?
-¿Qué por qué? ¿Acaso no se ha dado cuenta? Por publicidad. Su caso se está haciendo famoso a una velocidad pasmosa. El mundo entero va a estar pendiente de Zaragoza durante su juicio. Y a mí y mis socios no nos gustaría desaprovechar una oportunidad de hacer publicidad como esta.
-¿Conque sólo soy un objeto para que ustedes consigan la fama?
-No, señora, está usted muy equivocada. Usted es una cliente que no nos va a pagar con dinero sino con publicidad.
-¡Es lo mismo, pero dicho de otra forma!
-No, señora, no. Es muy diferente. De todas formas, puede pensar lo que quiera, pero usted sabe que sólo nosotros somos los mejores de Europa, así que usted decide. Un mediocre abogado novato o los veinte abogados experimentados de mi bufete. ¡Adiós! Aquí le dejo mi teléfono. Llámeme esta tarde sobre las cinco y media y hablamos sobre el juicio.
-Hasta otro día.
-Hasta esta tarde, no lo olvide.
-No lo olvidaré, no se preocupe.
Todavía eran las tres de la tarde cuando este personaje tan peculiar se fue de la comisaría, por lo que a Luisa aún le quedaban dos horas y media para reflexionar sobre el abogado que debería escoger. ¿Escogería a Joe Smooth, que era el mejor, pero era muy engreído o a ese abogado de oficio que tanto sabía sobre el juez, aunque fuera novato? Lo bueno de Joe era que tenía un gran equipo trabajando tras de él, pero cómo acabara Luisa le importaba un comino con tal de obtener su preciada fama.
Por otra parte, Luisa estaba segura de que Enrique iba a hacer todo lo posible por salvarla, ya que era su primer juicio, pero eso también demostraba su inexperiencia y su posible incompetencia a la hora de hacer un juicio. Pero conocía perfectamente la figura de el Castigador, el juez que iba a decidir su condena, cosa que les podía dar cierta ventaja, aunque no mucha. Aparte, ese chico le inspiraba confianza, no como el mafioso inglés ese.
Aun así, aún quedaban dos horas para decidir el abogado que la iba a representar en el juicio, así que Luisa decidió echarse una siestecita. Durante su corto sueño se le aparecieron las caras de su hijo, de su marido y después la de los dos candidatos para ser su abogado. Luego vio en su sueño al del sueño anterior, pero poco a poco se fue transformando hasta convertirse en el Enrique que ella conocía y distinguió claramente en sus labios que le decía: “Defiende que estás loca. Es lo único que puedes hacer.”
Luisa se despertó sobresaltada con esta imagen en la cabeza a las cinco de la tarde. Entonces ya tenía claro qué hacer, pero no sabía cómo hacerlo para no sentirse tonta por desperdiciar la oportunidad de que le defendiera “el mejor bufete de abogados de toda Europa”, según Joe Smooth.
Entonces pidió a los guardias de la celda que llamaran a Enrique, el abogado de oficio, así podría explicarle su decisión y preguntarle unas dudas, y los guardias, al unísono, le respondieron: “¿Acaso va a rechazar la oferta de Joe Smooth? Él ha sacado de celdas como esta a criminales mucho más peligrosos que usted, aunque no parecía tan culpables”.
En ese mismo instante la determinación de Luisa por elegir a Enrique se vio hecha pedazos, pero seguía queriendo verle, y para excusarse les dijo a los guardias que solamente le quería preguntar unas cosas a ese abogado, que le resultaba familiar su cara y no sabía de qué.
Al minuto exacto entró por la puerta de la celda Enrique. A Luisa le sorprendió su rapidez, pero no hizo falta que Luisa le preguntara, Enrique le comenzó a explicar nada más entrar a la celda:
-Resulta que venía para aquí cuando me han llamado al móvil porque querías verme. Yo quería verte a ti para ver que tal te había ido con ese Joe Smooth. Un colega mío me ha dicho que cuando ha salido de aquí no se le veía muy contento y por eso venía a ver cuál era tu decisión.
-Todavía no he tomado mi decisión, pero dentro de media hora la tengo que haber tomado y por eso quería hacerte unas preguntas.
-Adelante.
-¿Eres realmente el que más sabe de el Castigador?
-No lo sé. Estoy seguro de que soy una de las personas que más saben de él, pero no sé si soy el que más sabe.
-Gracias por ser sincero. Y hablando de sinceridad, dime por favor cómo está mi caso realmente.
-¿Seguro que quieres saberlo?
-Sí, estoy segura.
-El caso está muy mal. Es imposible que salgas impune, y casi imposible que no te condenen a cadena perpetua. Yo por lo menos lo veo así
-Pues sí que está mal… Y dime qué opinas de Joe Smooth.
-No lo conozco mucho. No debería opinar sobre él.
-Pero él no te conocía a ti y te ha puesto verde.
-Bueno, en ese caso tampoco diré nada por respeto a su familia.
-¿Pero qué sabes de él?
-No mucho, pero he investigado sobre él y resulta que él es español de padre inglés y madre española, por eso su nombre. Es un gran abogado con un buen resultado, pero es muy criticado por sus métodos “poco ortodoxos”, por así llamarlo.
-Ya decía yo que parecía un mafioso. Quedan cinco minutos para que tenga que decidir. Creo que te elegiré a ti. Tú me inspiras mucha más confianza que ese mafioso engreído.
-Muchas gracias por tu confianza.
En ese momento Luisa se dirigió a los guardias para pedirles que le dejaran llamar a Joe Smooth. La conversación comenzó con los convencionales saludos, pero después de esto nada fue lo convencional:
-No le quiero como mi abogado.
-Conque al final ese abogadillo le ha comido el coco. Muy bien. Dígale que estaré en el juicio para veros caer. Espero que la cárcel resulte de tu agrado, porque vas a pasar una larga temporada allí.
-O tal vez no. Igual ves en el juicio como alguien que considerabas inexperto se hace más famoso que tú.
-Ya veremos. Ya le hablaré al fiscal sobre ti. Hasta mañana.
-Hasta mañana, perdedor- y Luisa colgó el teléfono con un sonoro golpetazo.
Al volver a su celda, Enrique estaba allí y le preguntó por la conversación. Luisa se la repitió tal y como había sucedido. Entonces Enrique se vino abajo:
-Luisa, estamos en problemas.
-¿Por?
-Ya te dije que Joe usa métodos ilegales. Pues sus relaciones con el fiscal son uno de esos recursos que tiene para los juicios. Mañana el fiscal va a ir a la yugular, con cualquier cosa que se le ocurra.
-Bueno, yo tengo una solución para esto.
-¿En serio?
-Sí. No me salvará del todo, pero me reducirá la condena.
-¿Cómo?- dijo Enrique con incredulidad
-Pues diciendo que estoy loca.
-Pero si estás perfectamente.
-No del todo. Verás, recientemente he tenido pérdidas de seres muy cercanos a mí y eso me ha afectado mucho…
-No hace falta que siga. Sé lo que eso duele.
-Pero estoy segura de que uno de ellos fue asesinado, aunque lo consideraron suicidio. Tal vez esto recuerde al juez su vida y ablande su juicio.
-Podría valer, aunque sería algo desesperado. Yo había pensado en decir que las personas que han muerto sufrían de otras cosas, aparte de las heridas. Uno de ellos era muy viejo, y el otro acababa de salir del hospital y aún estaba débil.
-Para haber pasado un día, ha investigado mucho.
-Ya, pero tenga en cuenta que el juicio era mañana.
-Bueno pues, ¿entonces pondremos en marcha las dos tácticas?
-Sí, yo creo que será lo mejor.
-Nos vemos mañana en los Juzgados, que me tengo que documentar.
-De acuerdo. Hasta mañana.
Luisa vio a Enrique marcharse y sintió otra vez la esperanza de que todo podía salir bien, cosa que no sentía desde hace tiempo.

viernes, 12 de noviembre de 2010

CAPÍTULO 2: El castigador

Tras pasar la noche en “las cómodas habitaciones” de comisaría, llegó Enrique, el abogado de Luisa, un abogado de oficio que se enfrentaba a su primer juicio. Pese a su falta de experiencia, consiguió rebajar la pena de Luisa a dos años, alegando que sus facultades psicológicas estaban muy alteradas por su reciente trauma familiar. Para vigilar su salud psicológica, Luisa debería pasar esos dos años en el frenopático, con posibles salidas controladas cada cuatro meses para ver el avance de sus facultades mentales.
Pero esto solo fue un sueño de Luisa. A pesar de la incomodidad de las camas se había quedado dormida y había tenido un sueño, pero parecía tan real… Una hora después de despertarse (lo sabía porque el único de sus enseres que le habían dejado conservar era su reloj), apareció un hombrecillo con aspecto descuidado pero simpático frente a su celda. De repente entró y se presentó: “Soy Enrique, el abogado que ha sido asignado a su caso por el Ayuntamiento de Zaragoza”.
A Luisa le sorprendió la coincidencia del nombre del abogado de su sueño y el real. Aun así, físicamente no se parecían en nada. El abogado de su sueño era alto y un poquito rellenito. Este Enrique era muy bajo, más que ella, y muy delgado, tanto que casi cabía entre los barrotes de la celda de lado. Tenía un aspecto muy descuidado, con el pelo despeinado y la camisa por fuera, pero aun así inspiraba confianza.
-¿Sabe?-dijo el pequeño abogado para llamar la atención de Luisa- Su caso se ha hecho famoso, ya ha salido en todos los periódicos. Puede que este caso me haga ascender a la fama, pero lo primero es tratar de salvarla, pero no creo que lo consiga. Lo tiene realmente difícil.
-Ah- Luisa se daba por enterada con esto, pero parecía ser que para Enrique no era suficiente.
-¿Y no tiene miedo de que la encierren en la cárcel?
-Ya estoy en ella, ¿no? ¿Por qué iba a tener miedo?
-Ah, no sé, no sé…
-Aparte, sé una forma de que no me encierren en la cárcel. Lo soñé esta noche
De repente empezó a sonar una musiquita que parecía ser muy bonita, pero sonaba demasiado estridente para poder apreciarlo. Era el móvil de Enrique, el abogado.
-Discúlpeme un momento, Luisa- el abogado salió de la celda para hablar por el móvil, pero Luisa aún podía oír partes de su conversación-. Sí, sí, ya sé que este caso es importante…Ah, así que el Ayuntamiento se quiere anotar el punto de enviar a una criminal a la cárcel…Muchas cámaras en la sala en la que la juzguen…Entiendo…-En este punto la voz de Enrique se fue volviendo cada vez más agresiva- ¡¿Qué?!... ¡Este es mi caso!... ¡Por mucho poder que tenga ese abogado tú y yo sabemos que tiene las mismas posibilidades de salvarla que yo!...No, se lo iba a decir ahora, pero entonces me has llamado tú… Sí, de acuerdo…Vale, pero dile a ese James Smith o cómo se llame…Sí, al abogado con nombre inglés que quiere el caso… Bueno, Joe Smooth, tampoco hay tanta diferencia…Sí, dile que si quiere el caso antes le tendrá que aceptar la defendida, y no tú o yo, por mucho dinero que nos pueda dar…Vale…Adiós.
Al poco rato volvió Enrique a la celda, con una cara que mostraba su humor de perros, tan exagerada que casi asustó a Luisa.
-¿Qué pasa?- preguntó Luisa con cierta cautela.
-¿Has oído la conversación?
-Yo… No pegué oído, pero yo…
-¡¿Oíste la conversación o no la oíste?!
-Bueno… sssí
-Vale, entonces no te tengo que explicar lo de ese maldito abogado con nombre inglés.
-¿Va a venir a llevar mi caso?
-Todavía no está decidido. Eso lo tienes que decidir tú.
-Vale, ya veré cuando lo conozca- en este momento, cuando Enrique vio que aún tenía posibilidades, relajó su gesto-. ¿Qué era eso de que habrá cámaras?
-Tu caso se ha hecho tan popular que el Ayuntamiento quiere ganar puntos metiéndote en la cárcel, y por eso han permitido la retransmisión del juicio a todas las televisiones. De momento está asegurado que lo van a retransmitir Aragón televisión, TVE y Telecinco.
-Genial, ahora voy a aparecer en Juicio Diario, Juicio Express, Juicio Deluxe y Juicio Por favor- dijo Luisa con ironía, ante lo que Enrique dejó escapar una risilla débil-. No me gusta nada la idea de salir en Telecinco. Igual me hago famosa, pero eso de que se metan contigo todo el rato… Por cierto, ¿qué era lo que me tenía que decir?
-¿El qué?
-Al final de su conversación mencionó que me iba a decir algo.
-Cierto. Su juicio lo va a llevar el juez más severo con los asesinatos. Es el terror de los abogados defensores de presuntos asesinos u homicidas. Nadie se atreve a decir su nombre, ni siquiera yo. Más bien es que no conozco su nombre, pero entre nosotros lo conocemos como “el Castigador”. De los doscientos casos relacionados con alguna muerte que ha llevado, en ciento cuarenta y ocho ha declarado al acusado culpable de asesinato en primer grado, la máxima acusación posible y en cincuenta y uno ha declarado al acusado culpable de homicidio en primer grado, que tampoco es poco.
-¿Y el caso restante?
- Ese caso siempre lo tendrá en la mente. Era uno de sus primeros casos de asesinato. Todas las pruebas parecían apuntar al sospechoso. En el segundo día de juicio el acusado no se presentó, y pospuso el juicio, tras condenar al acusado por desacato. El día siguiente ocurrió lo mismo. Lo mismo ocurrió la semana siguiente. El día 12 de Octubre, día del Pilar, se encontró el cuerpo del acusado sobre un tronco que iba flotando sobre el río Ebro. Cuando la policía lo sacó del agua, encontraron en su cuerpo unas heridas que formaban un mensaje: “JA, JA, JA, JA, HAS FALLADO, NO ERA A ÉL A QUIEN BUSCABAS. ERA A MÍ. Y HAS FALLADO. SIENTE EL SABOR DE LA DERROTA”. Él sabía que ese mensaje iba dirigido a él, y por eso a partir de ese día comenzó su locura. Todo el mundo sabe que está loco, pero como manda a todo el mundo a la cárcel, el Tribunal de Justicia le usa para enviar a los asesinos más peligrosos a la cárcel. Este caso se ha mantenido en secreto lo máximo posible, pero al final todos los abogados lo acaban sabiendo, tarde o temprano.
-Vaya…
-Impresionante, ¿verdad?
-¿No encontraron pruebas en el cuerpo?
-No, aunque parezca muy fácil en las series que vemos por la tele, no es tan fácil encontrar pruebas de un asesinato. Y mucho menos en esa época. Era 1984 cuando ocurrió y no había casi medios para encontrar a un asesino, más que los testigos y las fibras de ropa, aparte de la autopsia. Examinaron el cuerpo seis forenses diferentes y tres equipos diferentes revisaron la escena en la que descubrieron el cuerpo, pero no encontraron nada. Determinaron que el asesino tenía práctica, que posiblemente sería un asesino en serie, y por eso no quisieron revelarlo, para que la gente de Zaragoza no tuviera miedo. La marca del asesino eran dos pequeñas heridas circulares en la yugular, todas ellas post mortem, como si fueran las de un vampiro. Pero el resto de los asesinatos eran totalmente diferentes
-¿Y no se ha sabido nada del asesino verdadero?
-No, o al menos todo ha permanecido muy bien oculto. Me parece recordar que cuando estaba estudiando la carrera hubo un caso muy similar, aunque no le presté atención, pero cuando conocí la historia enseguida lo recordé por su similitud.
-Vaya, estás muy enterado del tema.
-Sí, es que cuando empecé la carrera de Derecho quería ser juez, y “el Castigador” era una de las figuras que más me llamaba la atención. Así que investigué y esto es todo lo que saqué de esa investigación.
-Eso nos podría dar una pequeña posibilidad.- dijo Luisa en un susurro para sí misma.
-¿Qué dice?
-Nada, nada, solo he suspirado.
-Me había parecido entenderle decir algo.
-No, no había dicho nada.
-Ah, vale.
-Entonces hay pocas posibilidades de que no me condene.
-En efecto, nadie ha salido con vida o sin condena de uno de los juicios del “Castigador”.
-Vaya.
-Sí.
-¿Y no habría ninguna forma de reducir la condena?
-No. Por haber sí que hay, pero no hay forma de demostrarlas.
-¿Ah, no?
-A ver, dime una forma de demostrar que estabas bajo los efectos del alcohol en el momento en el que ibas corriendo por la calle. Fue un trayecto muy largo, y no perdió ni siquiera un poco el peligro. ¿Estaba usted bajo un ataque de ira?
-Ss…
-Aunque lo estuviera, cualquier juez diría que estuvo demasiado tiempo corriendo como para que no se le pasara el hipotético ataque de ira. No hay ninguna forma.
-¿Y si demostráramos que estaba loca?
-Usted es una persona totalmente normal. Estoy seguro que ni bajo las situaciones más duras usted se volvería loca, seguro que antes moriría.
-Cómo se equivoca conmigo…
-Oiga, es la primera vez que hablo contigo, ¿cómo quieres que te conozca a la perfección?
-Bueno, vale, tampoco hace falta ponerse así-dijo Luisa con cara de malhumor.
Entonces Enrique recordó que había otro abogado intentando quitarle el caso. Su cara se convirtió en una sonrisa de oreja a oreja y le dijo a Luisa:
-Lo siento, simplemente es que estaba nervioso.
-No hace falta que finja por que haya un abogado intentando quitarle el puesto, no elegiré al mejor actor, sino al que más posibilidades tenga de salvarme, y de momento tú tienes muchas más que el otro, aunque también lo tendré que conocer.
En ese momento llego al guardia para decirle a Enrique que debía irse. Luisa y Enrique se despidieron con un breve adiós, y Luisa dijo: “Espero volver a verte”, con lo que a Enrique se le alegró la cara, porque sólo podía significar que Luisa lo quería como su abogado.

viernes, 5 de noviembre de 2010

CAPÍTULO 1: La persecución

Luisa era una mujer que rondaba los cuarenta años, pero conservaba los mismos rasgos que en su juventud, tal vez algo modificados por todo el sufrimiento que había tenido que soportar. Su marido, Blas, había muerto hacía unos cuantos años, pero no antes de ver nacer a su hijo, Lázaro. Éste había sido la alegría de su vida, ya sin su marido, Luisa había comenzado a dejarle ir solo al instituto y, cuando su hijo salía de casa, Luisa comenzaba a llorar, añorando aquellos días felices en los que su marido y su hijo le preparaban una fiesta sorpresa por su cumpleaños, o la invitaban a comer en un restaurante sin razón alguna. Esos días ya no se volverían a repetir o, al menos, eso pensaba ella, porque su marido había muerto y su hijo pronto la dejaría sola y olvidada.
Normalmente era una mujer tranquila, pero la noticia había trastocado su forma de ser, convirtiéndola en una mujer más agresiva. Cada vez que veía las noticias se dirigía a su cuarto, donde tenía guardado un diario, y comenzaba a escribir, murmurando con un ritmo cansinamente constante, sin variación alguna en su entonación las palabras: “Todo es culpa suya, todo es culpa suya…”. Tan ensimismada estaba que no percibía la sombra que le espiaba cada día desde el otro lado de la ventana, siempre a las mismas horas y por las mismas ventanas. Esta peculiar sombra tenía muchas ganas de verla, pero no podía porque Luisa le culpaba de un gran error que estaba segura que no le perdonaría.
Su casa era una casa nueva situada casi enfrente del Teatro del Mercado, un teatro mítico aunque pequeño con respecto a los demás teatros importantes de la ciudad. Hace poco lo habían tenido que cerrar para remodelarlo porque los cimientos estaban débiles, pero ya había vuelto a abrir, y con ello había vuelto la vida al bar de enfrente de su casa, que tras las funciones de tarde y noche se llenaban de gente hambrienta, llenando todas las mesas del local y volviendo locos a camareros y cocineros.
Aunque la zona estuviese muy viva por la gente, a ella no le terminaba de gustar su casa, sobre todo porque su primer piso era muy bajo y tenía que haber tapado sus ventanas con unos horrendos barrotes de hierro pintados de un color gris ceniza mojado, o al menos eso decía el pintor del color. Aparte de eso, la fachada de la casa estaba hecha con losas negras. Todo eso le daba un aspecto demasiado lúgubre. No le gustaba un ápice, pero era lo máximo que se podía permitir. Aparte, para llegar a la entrada de su casa solo tenía que subir unas pocas escaleras y para comprar lo tenía muy fácil, porque tenía un Mercadona casi al lado de su casa y aunque tuviera que llevar mucha carga no le sería difícil.
Un día, a Luisa le pareció ver una sombra en la ventana, y se acercó a la ventana para asegurarse de lo que había visto, pero no vio nada especial en la calle. “Habrá sido algún niño que se habrá hasta la ventana para demostrar sus habilidades de escalada a otros niños”, se dijo a sí misma para tranquilizarse.
Al día siguiente volvió a ver la sombra y distinguió una silueta humana adulta. “Esta vez ya no puede ser un niño que haya subido al cristal, es demasiado grande”, dijo Luisa para sí misma, con cierto tono de enfado. Se dirigió a la cocina con pasos algo vacilantes, aunque cada vez más seguros y abrió el cajón de los cubiertos con tal fuerza que provocó un gran estruendo de metales chocando entre sí. Buscó el cuchillo más grande y amenazante que tenía y emprendió su marcha tras la sombra. Como vivía en un primer piso no le costó mucho bajar a la calle, desde donde vio a lo lejos a la sombra. Luisa se le acercó con sigilo hasta que la sombra se dio cuenta y comenzó a correr, perseguida por Luisa con su amenazante cuchillo.
Comenzaron corriendo a través de la plaza del Portillo, alrededor del Teatro del Mercado y su parque aledaño, donde Luisa empujo a tres o cuatro niños que asustados y enfadados empezaron a llorar buscando la protección de sus papás y mamás, que estaban atónitos por la escena que acababan de ver: ¡una persona de negro perseguida por una mujer con un cuchilla más grande que su antebrazo! Su barrio no era de los más tranquilos de Zaragoza, pero estaban seguros de que eso no ocurría normalmente.
De repente la sombra entró en el Mercadona para despistar a Luisa. Ella, sin dudarlo, la siguió, subiendo las escaleras de entrada. Era la peor hora para entrar en el Mercadona. Un fin de semana como el que era, a cualquier hora de la tarde estaba abarrotado de gente, que al ver pasar a la sombra, que los esquivaba con una agilidad casi inhumana, se apartaban del peligroso camino que trazaba el cuchillo de Luisa. Las mujeres más mayores de la cola, como siempre las más cotillas, reconocieron a Luisa y empezaron a hablar de sus ataques de locura tras las graves pérdidas que había sufrido. Al final, tras atravesar la sección de panadería y la perfumería fueron a salir por la calle Santa Inés, una calle totalmente inclinada por la que siempre sopla el viento, sin importar el tiempo que haga en el resto de la ciudad, aunque Luisa casi no consigue salir a la calle porque dos guardias de seguridad, que en aquel momento le parecieron gigantes, le cerraban el paso, pero sin saber cómo, consiguió librarse de ellos.
Comenzaron a ascender la calle Santa Inés, primero la sombra, Luisa después. La sombra aprovechó las macetas del bazar que había delante para bloquear el paso de Luisa, pero no surtió efecto, Luisa saltó sobre ellas con la fiereza propia de una leona y continuó su carrera. Aunque Luisa no estaba acostumbrada a esos trotes, no se sentía cansada, en parte por la adrenalina que estaba liberando, en parte por el odio que sentía hacia esa sombra desconocida. Siguió subiendo por la calle y se chocó contra un chico adolescente que reconoció por su pelo de punta despeinado. Era el hijo de una amiga de su infancia, pero nunca había tenido mucho trato con él. “Tiene una pinta un tanto extraña siempre, pero ahora, qué joven no tiene esas pintas”, pensaba siempre que lo veía. Le pegó un empujón y el chico cayó al suelo sangrando, pero ella no se dio cuenta.
Al final llegaron a la calle Conde Aranda, una calle tan larga como importante, que en esta época está poblada por personas de todas las nacionalidades posibles. Como todos los fines de semana, esa calle estaba totalmente llena de gente y ella y la sombra tuvieron que ir zigzagueando entre la multitud, y a veces pegando un empujón a la gente que se cruzaba por el camino. Pasaron por el cruce con la calle Mayor, aunque el nombre de esa calle no obedecía a su tamaño. Allí la sombra tuvo que esquivar a un coche que apareció súbitamente en dirección contraria, pero aun así siguió recta por Conde Aranda. Pasaron por delante de los muchos restaurantes que había en esa calle.
Parecía que se acercaban cada vez más al colegio Escolapios. Allí era donde Lázaro, el hijo de Luisa, había estudiado. Cuando Luisa pasaba por delante de la puerta salió un cura totalmente calvo, al que Luisa se llevó por delante. Ese cura fue el tutor de su hijo cuando estudiaba BUP, pero ya no recordaba qué curso exactamente.
Siguieron la persecución, y Luisa se acercó peligrosamente a la sombra, pero en el cruce de Cesar Augusto, una calle amplia con mucha circulación, tuvo que esquivar a cuatro coches, que le propinaron dos golpes y cuatro severas pitadas. De esta forma la sombra ganó un poco de espacio. Comenzaron a recorrer el Coso, que estaba incluso más lleno de gente que la calle Conde Aranda, porque en la FNAC había una firma de discos de un artista famoso que Luisa no conocía, sobre todo porque ya ni siquiera escuchaba música posterior a la que su marido y ella grabaron en unas cintas de casete.
Cuando pasaron el barullo de gente, parecía ser que Luisa iba a alcanzar a la sombra cuando tropezó con una persona que iba tranquilamente por la calle, clavándole sin querer el cuchillo en el brazo. Aun así, continuó la persecución hasta que pasó por delante de una pareja de policías que estaban de ronda por el paseo Independencia, como de costumbre, que en la distancia vieron el reflejo del cuchillo teñido de carmesí que Luisa alzaba sobre su cabeza. Por eso comenzaron a perseguir a Luisa, a la que alcanzaron enseguida, cerca de la majestuosa fuente de la plaza de España. “Queda usted detenida por alteración del orden público y por usar ese cuchillo como arma blanca para herir a varias personas. Tiene usted derecho a guardar silencio y a un abogado, aunque lo suyo es indefendible”, dijeron los policías, contentos por su trabajo, uno de ellos con una sonrisa sardónica en su cara y el otro con una sonrisa más bien de satisfacción. Los policías tenían razón: Luisa había herido a varias personas pero no se había dado cuenta alguna de ello. Tras ella había una fina línea discontinua de jugo vital de persona que provenía de su cuchillo, totalmente teñido de escarlata. Todo lo que Luisa pudo decir fue: “Yo no…Yo…perseguía a eso… a esa sombra…”.

sábado, 30 de octubre de 2010

PRÓLOGO: Oscuridad

Era una noche oscura. El frío invadía mi cuerpo como un aluvión de témpanos de hielo. Me sentía solo, como si estuviera en otra dimensión diferente a la mía. Iba andando, y me choqué con dos personas, animales, farolas…o lo que fueran. No me importaba nada del lugar donde estaba. Sólo quería huir de allí, llegar a un lugar en el cual estar más solo para recordarla, volver a sentir su pelo entre mis manos, revivir la felicidad que por entonces consideraba perdida para siempre.

Tras tres horas de solitaria caminata rodeado de miles de individuos, llegué al lugar que buscaba, mi casa. Subí hasta mi piso y sobre la puerta encontré un papel amarillento en el cual ponía: “PISO DESHAUCIADO”. Aún así, traté de forzar la puerta y entrar a mi casa para intentar recordar lo que había pasado esa noche digna de olvidar, cosa que me era imposible porque no recordaba nada de ella. Tras varios intentos fallidos, encontré en mi bolsillo una ganzúa con la que logré abrir la puerta. Entonces me situé en el centro de lo que había sido el comedor, en ese momento desprovisto de muebles, para intentar recordar lo que había pasado esa noche fatídica de la que tenía una laguna en la memoria.

 Cuando parecía que empezaba a recordar algo, oí un ruido. Alguien estaba entrando en la casa. Tenía que buscar un escondite, pero era imposible porque no había muebles: se los habían llevado todos como pago. Sólo quedaba una salida: la ventana. Había diez pisos de caída pero, ¿qué podía perder? Toda mi vida se había perdido en aquella fatídica noche de la cual no podía recordar nada. Mi triste figura ya se había lanzado al vacío cuando reconocí el rostro de quien estaba entrando en la habitación. ¡Era ella! Su rostro expresaba pena, y también ganas de reconciliarse conmigo. Mi corazón comenzó a latir más fuerte, pero ya era demasiado tarde… Mi cuerpo ya estaba a la altura del noveno piso, el octavo, el séptimo, el quinto, el tercero…ya llegaba mi fin…

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Unos minutos más tarde llegó la policía, que llevó el cuerpo directamente al cementerio, donde fue enterrado en un nicho pagado por la mujer que estaba en el piso desde el cual el muerto había caído.

SALUDO

Hola a todos los que habéis entrado en este blog.
Esto es un proyecto de libro que llevo escribiendo cierto tiempo. Cada semana iré subiendo un capítulo, y así podréis ir descubriendo cómo avanza la historia. Así que eso es todo. Os dejo con el prólogo del libro.
Muchas gracias a todos por leerlo.
ElHectro2 (Héctor)